Opinión
La fragilidad de la participación
Por Irina Morend Valdebenito – Geógrafa PUCV, Magíster en Desarrollo Rural UACH
La creencia de que no se participa porque no hay canales de participación suficientes, esconde algunos aspectos que son importante tener en consideración para comprender el problema, en especial cuando hay un alto interés de integrar a los territorios al proceso constituyente.
El primero, es que coexisten al menos tres tipos de ecosistemas de participación: la participación electoral, que legitima el sistema político electoral y define el mapa de poder, las consultas ciudadanas, vinculantes o no, en las cuales se delibera para responder a las preguntas del Estado sobre demandas locales o erradicar iniciativas que perjudican el territorio natural y cultural, y la participación comunitaria, que se enfoca en el desarrollo de trabajo colaborativo y de autogestión para lograr objetivos concretos que benefician a una comunidad.
El segundo, es que los tres ecosistemas de participación se sostienen sobre una misma base social y el mayor problema es la baja participación. La participación electoral en la región de Aysén en la última elección de cargos fue de un 38,1%. En las consultas ciudadanas, los procesos deliberativos se reducen a grupos de interés público o privado en las materias sometidas a participación. Y en la participación comunitaria, la ausencia de cooperación intraorganizacional reduce la capacidad de sostenibilidad de ésta.
En el sistema electoral la implementación del voto voluntario en Chile el 2009 registró una caída de la participación electoral a nivel país cercana a un 40% (BCN, 2019). En el caso de la participación deliberativa, los mecanismos que segmentan la participación hacia grupos de interés público o privado asumen que éstos representan al resto de los habitantes de las comunidades, barrios, comunas o regiones, propiciando en muchos casos discrepancias y fisuras sociales. Pero, además, el mecanismo de consulta bajo el concepto de “demandas ciudadanas”, propio de un lenguaje mercantil, establece una relación simbólica de poder del Estado padre por sobre el habitante hijo. El problema es que esta relación no resuelve los problemas concretos de los territorios en pertinencia y oportunidad, sino que en muchos casos las transforma en demandas históricas.
En el caso de la participación comunitaria, las dirigencias sociales revestidas de poder simbólico de la comunidad sostienen la gestión micro local con recursos propios y una importante destinación de tiempo personal. De este dirigente local se espera que pueda resolver cuestiones que dependen del Estado, pero sin tener poder sobre el Estado. Por otra parte, la participación comunitaria se sostiene sobre las estrategias de cooperación deterioradas por las formas de vínculo individualizado de un sistema que subsidia el beneficio individual por sobre el colectivo.
En este contexto, el principal aprendizaje es no desestimar y mirar cuidadosamente los problemas de la participación para pensar en estrategias pertinentes y oportunas. Desde la participación electoral, la restitución del voto obligatorio – aún en discusión Legislativa-, evidentemente contribuye, sin embargo, la salud de ésta se sustenta en mejorar el sistema de partidos políticos, apertura a renovadas fuerzas políticas independientes, calidad de las candidaturas, buenas prácticas en las campañas, etc. En la consulta ciudadana, es urgente que todo proceso sea vinculante. Ya no es viable las deliberaciones nominales, porque además de desgastar el interés de participar, la ciudadanía ha descubierto las movilizaciones sociales como mecanismo vinculante, dado que son las únicas que provocan respuestas políticas efectivas. Desde la participación comunitaria, es relevante aprender las lecciones que dejó la década del sesenta sobre los sistemas de trabajo colectivo de las cooperativas campesinas para la radicación de colonos, en las que organizarse y cooperar era parte de las obligaciones, y sobre la obligación que asumió el Estado, de dirigir el proceso colectivo – cooperativo por medio de regulaciones e incentivos.
Las notas al margen que podemos recoger en este análisis son, primero, que las promesas de participación no se pueden sostener sobre la fragilidad de estos ecosistemas, sino que hay que trabajar en el fortalecimiento de ellos, segundo, es que los procesos de participación deben contener mínimos éticos, dado que no pueden ser la causa de fisuras de la dinámica relacional de los territorios, tercero, los ecosistemas de participación no son mundos distintos, son dimensiones integradas que se fundan sobre la misma base social, por ello hay que mirarlos integralmente.