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El desafío de escribir una historia de Chiledescentralizada
Una nueva publicación dirigida por el destacado historiador penquista, Armando Cartes Montory, en línea con sus trabajos anteriores, busca entregar una historia del siglo XIX chileno desde las regiones, pensando en la contribución de estas a la formación de la nación. La descentralización del país como proyecto político está en el centro de este nuevo enfoque de la historia de Chile.
DANIEL SWINBURN
El reconocido historiador Armando Cartes Montory, oriundo de Concepción, se ha destacado por sus prolíficas investigaciones concretadas en numerosos libros en que entrega una nueva mirada de la historia de Chile: una que pone el foco en las provincias y el aporte esencial que han tenido en la consolidación territorial del país y la construcción de la identidad nacional. Una historia de altos y bajos, que reconoce el debilitamiento progresivo del protagonismo de las regiones a costa del centralismo administrativo y político que se impuso en Chile. Pero también su esfuerzo historiográfico es uno que se proyecta hacia el futuro, pensado en la necesidad de revertir lo que ha sido un camino de frustraciones para la región. El mismo Cartes es un activo promotor de la descentralización a través de distintas instancias que buscan la reforma administrativa y política de país.
Hoy, publica un nuevo libro, “Región y Nación, la construcción provincial de Chile” (Editorial Universitaria). “No es un libro de historia regional —explica Cartes—, sino de historia de Chile desde las regiones. Personas que piensan Chile desde los márgenes y explican cómo se construyó el país, en el siglo de las definiciones más críticas, el XIX. El libro es importante porque consolida una perspectiva nueva (en Chile, no así en Argentina, Ecuador u otros países), de la construcción nacional”.
Se trata de un trabajo colectivo en el que participan 12 autores con fuertes vínculos académicos en sus regiones. Entre ellos están Mateo Martinic, Eduardo Cavieres, Jorge Pinto, Sergio González. También Hernán Delgado, de Osorno; Carlos Zúñiga, de Talca; Alex Ovalle, de La Serena. El libro plantea una historia descentrada, en la que cada territorio define sus propios problemas y periodificaciones, su proceso de consolidación y modernización, en diálogo o en tensión de las élites locales con las centrales. Una historia de Chile con matices y complejidades, que resultará novedosa, plantea Cartes, editor y autor conceptual de este trabajo. “Fui dialogando con cada autor de manera que entregaran los datos suficientes para entender la evolución de su región, pensando en un público culto no especialista, pero sin omitir el tema de fondo: el diálogo región y nación, que es el coro del libro”. El libro ya impreso estará distribuido y a la venta próximamente, en formato físico y e-book.
— Usted habla de la necesidad de una construcción provincial de la historia de Chile, qué sería diferente a la idea de una historia regional del país, o provincial. ¿Cuál es su matiz al respecto?
“Uno muy fundamental. La historia regional se refiere a una porción acotada del territorio, ya sea como historia local, de un pueblo, un barrio, o de un territorio cuya escala se define a partir de un problema, que puede ser muy vasto. Así, la historia del mundo aimara, por ejemplo, cubre porciones de varios países actuales y sigue siendo ‘regional’. Lo que proponemos es otra cosa: una mirada descentrada de la historia de Chile, que incorpore los eventos y los actores regionales como parte del gran relato y con capacidad de definirlo. En definitiva, una historia de Chile con matices, actores, periodificaciones y problemas que reflejen la diversidad de las regiones y sus tensiones y aportes en la construcción del país.
“Se trata de una perspectiva ya trabajada en varios países americanos y en Chile por historiadores importantes, como Jorge Pinto o Eduardo Cavieres, por nombrar algunos; pero la idea es que ahora se consolide como una alternativa con mayor desarrollo teórico y que cubra el país entero. Esa es la razón de la invitación a los autores de este libro y lo que él realmente representa”.
—¿Por qué el libro solo cubre el siglo XIX y no avanza hacia el XX?
“La cuestión de las regiones, más que una época, es un problema en la evolución de los Estados y podría estudiarse en cualquier tiempo. Basta ver lo que ocurre hoy en Cataluña o Escocia. Pero ocurre que el siglo XIX es el de la configuración del Chile republicano tal como lo conocemos hoy. Fue un siglo violento, de grandes transformaciones. Empieza en las postrimerías coloniales y culmina en plena modernidad. Es el siglo en que optamos por ser soberanos, republicanos, incipientemente democráticos, pero también artificialmente homogéneos y profundamente centralizados. De manera que interesa mucho estudiar esos procesos de cambio en los espacios regionales, en que las élites locales van siendo reemplazadas por una burocracia nacional que se construye, al mismo tiempo que se va organizando una economía, comunicaciones y, lo más importante, una identidad política y una cultura nacional.
“Las provincias históricas, además –Coquimbo, Santiago, Concepción–, son actores clave en las primeras décadas; luego de la Guerra del Pacífico, en cambio, el gobierno central consolida su poder y las provincias periféricas pierden un tanto su capacidad explicativa de los grandes procesos nacionales. Pero sin duda que sería deseable continuar historiando a Chile desde las regiones, hasta el presente”.
Centralismo colonial, federalismo liberal
—¿Cuáles son los hechos que explican el éxito y consolidación del Estado nacional en el país durante el siglo XIX? (Ley de régimen interior; Ley de municipalidades).
“Fueron muchos y de distinta índole, es un error centrar el análisis solo en la política. El Chile ‘histórico’, de Atacama a La Frontera, era un territorio pequeño, comparado con otras jóvenes naciones americanas, relativamente homogéneo y sin grandes disputas raciales. La provincia que pudo haber disputado militarmente el liderazgo de Santiago, Concepción, resultó muy dañada con las guerras de independencia, que continuaron allí por una década, después de la batalla de Maipú; la provincia del norte no tenía todavía la población suficiente para competir con la capital, como ocurriría más tarde, según muestran los trabajos de Álex Ovalle, Joaquín Fernández y Dany Jerez. El auge del puerto y su importancia en la conformación del eje Santiago-Valparaíso, a que se refieren Eduardo Cavieres y Jaime Vito, sumado a la riqueza de Caracoles y otros emprendimientos mineros, facilitan la consolidación de instituciones nacionales, que terminan por imponerse.
“Pero no sin resistencia. Hay un componente regional importante en los grandes conflictos internos del siglo XIX, desde las guerras de Independencia hasta la Revolución de 1891, que marcha junto al trasfondo ideológico con que suelen mirarse. Y más allá de estos puntos altos, hay una tensión larvada que marca el siglo, en que se cruzan alianzas y disputas interregionales, más otras étnicas y políticas, que hay que volver a mirar, desde las provincias”.
—Se lee en su libro: “La configuración provincial de Chile, heredada de la Colonia, no se alteró fundamentalmente con el advenimiento de la Independencia y el establecimiento de un Estado soberano. De manera que se trata de una continuidad colonial, que contribuye fuertemente a modelar el proceso de transición republicana”. ¿Le atribuye usted a la Revolución Francesa influencia en la centralización del Estado durante el siglo XIX?
“Las tres provincias tradicionales en que se estructuraba el país, hacia 1810, fueron actores fundamentales de la revolución y la temprana organización republicana. Las tres eran intendencias, establecieron sendas asambleas provinciales y gobernaron en triunvirato en la Patria Vieja. El escudo de Chile que aprobara O’Higgins en septiembre de 1819, y que rigió hasta 1834, tenía tres estrellas, una por cada provincia. La centralización vino después y se consideró, por muchas razones, necesaria. No solo por las élites del centro, sino que también por una porción de las provincianas, aliadas con aquellas, en pos del orden progresista a que aspiraba la república conservadora. Chile era un país débil, en formación, y la experiencia de guerras civiles de varios de nuestros vecinos resultaba desgarradora. En buena medida, la temprana centralización fue responsable del relativo éxito de Chile, en el contexto regional.
“En muchas dimensiones, Francia fue un modelo para Chile, durante todo el siglo XIX. Desde los oficiales napoleónicos que se batieron en la Patria Nueva hasta el Código Civil; el mismo O’Higgins intentó establecer departamentos, suprimiendo las provincias, a la manera francesa, en 1822. Pero recordemos que también en Francia se inspiraron los girondinos chilenos, que combatieron el autoritarismo y se unieron a los revolucionarios del 51 y el 59. De manera que habría que matizar su influencia”.
—Usted plantea lo siguiente: “Desde sus asambleas, promoviendo gobiernos colegiados y congresos representativos, las provincias instan por un Chile tricéntrico y por espacios de autonomía regional, lógica que se ve impulsada, desde la vertiente ideológica, por el auge del liberalismo federalista, que fracasa en Chile pero que se impone en muchos países de América”. ¿Chile sería la excepción desde un punto de vista administrativo respecto de lo que sucedió en América Latina?, ¿pero también político en el sentido de que fue el país más estable del siglo XIX?
“En la mirada tradicional, el federalismo chileno habría sido una copia acrítica del norteamericano, impulsado por José Miguel Infante y un par de personajes más, sin arraigo en la historia o la tradición chilena. ¡Menos tradición tenía la república, y aquí estamos! Sí tenía sustento, en cambio, la tradición de tres provincias relativamente autónomas, por la incomunicación y la propia debilidad del Estado, desde tiempos coloniales. En el continente americano, una porción mayoritaria, en términos de países, territorio y población, optó por alguna fórmula de corte federalista; en consecuencia, no era una fórmula extravagante ni desconocida. En el Chile de 1820, empobrecido, violento y amenazado externamente, nada podía realmente funcionar. Así lo cuenta Hernán Delgado, en su interesante estudio sobre el federalismo en Valdivia, que es parte del libro.
“Muchas causas llevaron, en cambio, a que la centralización fuera la fórmula que favoreciera la consolidación del Estado; pero no debe verse como una simple derrota provinciana. El Estado portaliano surge, por el contrario, de una alianza con las élites provinciales. Recordemos que el primer presidente de los decenios fue Joaquín Prieto, quien fuera, al igual que después Manuel Bulnes y antes Bernardo O’Higgins, intendente de Concepción; los tres nacidos en el sur, pero convencidos de que Chile solo podía ser fuerte si permanecía unido, en la etapa crítica de su desarrollo en que les tocó desempeñarse”.
—Usted realiza una arqueología, podría decirse, de las palabras provincia y región, para dar a entender que su significado dentro del marco de la historia de Chile ha derivado hacia connotaciones confusas o incluso peyorativas o menores, en desmedro de la realidad territorial de las provincias.
“La provincia es un concepto cargado de una fuerte ambigüedad y un buen ejemplo de la historicidad del lenguaje. En la primera cartografía de Martin Waldseemüller, en 1507, toda América figura como una “provincia amplissima”. Para el abate Molina, la Provincia Española de Chile se dividía en trece provincias. En la Independencia el concepto de provincia se politiza, al transformarse estas en actores, a través de sus líderes y asambleas –recordemos que Ramón Freire, intendente y general del ejército del sur, presidió la asamblea de Concepción, en 1823 – para luego devenir en territorios de administración, con intendentes designados y cabildos intervenidos por el poder central”.
“En lo cultural, a medida que la capital empieza a acumular poder político, social y simbólico, comienza un proceso migratorio que nunca se detendrá y la condición de provinciano se vuelve peyorativa. Lo expresa incluso la literatura, como los escritos de Jotabeche (‘El provinciano renegado’), el teatro de Barros Grez (‘Como en Santiago’) o las desventuras de ‘Martín Rivas’, el muchacho de provincias que retrata Blest Gana y que constituye un gran cuadro de época.
“La región, por su parte, es también un concepto plástico, que no debe asumirse de forma acrítica o esencialista, como si las actuales existieran de siempre, y con sus límites perfectamente establecidos. Como señala el historiador peruano Ramiro Flores, la región es un concepto cultural. A ello se refería Fernand Braudel cuando hablaba de geohistoria. Es la relación compleja de hombre y espacio, en la vida cotidiana, el eje fundamental en la formación y existencia de una región. Estas sociedades regionales, relacionadas entre sí, forman la nación, sin por ello abdicar de sus propios valores ni renunciar a una memoria colectiva propia y singular. Así queda claro en los trabajos de Sergio González sobre el Norte Grande, o de Mateo Martinic, sobre la Patagonia”.
Un movimiento hacia la descentralización del país
— También refiere lo mismo para el caso de la palabra “Patria”.
“La patria es una voz singular. En los inicios de la república se usaba en varios niveles. Realistas e insurgentes se consideraban “patriotas”; se usaba a nivel de provincias e incluso se hablaba de patriotas americanos, como una consideración ideológica más que geográfica. Finalmente, la palabra terminó radicándose al nivel más improbable, el de los países, por su asociación a los Estados-nación que emergieron de las revoluciones de la Independencia”.
—¿Qué atributos tuvo en cuenta usted para seleccionar al grupo de 12 historiadores?
“Estoy muy reconocido del equipo que accedió a la invitación, que les formulé desde Chiloé, con ocasión de las Jornadas de Historia Regional, hace ya año y medio. El desafío era pensar el pasado del país entero desde las regiones. Todos son destacados especialistas que estudian sus territorios, casi todos residen en regiones. Hay varios autores muy consagrados, cuatro premios nacionales; otros, con obra importante, como Juan Cáceres o historiadores jóvenes, con tesis renovadas sobre Talca o Chiloé, como es el caso de Carlos Zúñiga y Tomás Catepillán; aportan miradas frescas y la necesaria renovación de la disciplina. Dos destacadas historiadoras, por desgracia, tuvieron que marginarse por otros proyectos, pero Desde Estados Unidos, se sumó Valentina Verbal, quien trabajó una provincia muy importante: Santiago. El prólogo magnífico de la historiadora argentina –y provinciana, de Rosario– Marcela Ternavasio tiene el valor de darle el alcance americano a la perspectiva y al problema que el libro aborda”.
Este libro se proyecta hacia el debate actual sobre la descentralización. “Con o sin nueva Constitución, la elección de gobernadores regionales es inminente; y abrirá un ciclo político en Chile, afirma Cartes. La eventual Constituyente, incluso un proceso de reforma profunda, abre el espacio para que se discutan nuevas alternativas de estructura política de Chile, tal vez un estado regional, con las competencias y recursos radicados más cerca de las personas y sus territorios.
“En el plano cultural, cualquiera sea el escenario, resulta necesario fortalecer la identidad regional, rescatar su diversidad, promoviendo la investigación y difusión de lo propio de cada territorio”.
“En definitiva, creo en el reconocimiento del aporte de cada territorio a la construcción nacional. En el pasado, como lo hace mi libro, pero también a un proyecto común de futuro”, concluye el historiador.