Opinión
Inserción internacional con ciudades y regiones en acción
Por Mario Ignacio Artaza e Ignacio Araya Heredia
La proyección internacional de ciudades y metrópolis no es un proceso espontáneo. Por el contrario, responde a políticas públicas orientadas e intencionadas desde el Estado. Ante un fenómeno mundial que está llegando con mayor fuerza a nuestro país, el llamado es a que, en la elaboración de la nueva Constitución, se considere reflejar atribuciones claras a los gobiernos locales y regionales junto con la configuración de una política exterior moderna, con perspectiva ciudadana. Si acaso hay una lección que podemos recoger de recientes hechos políticos, económicos y sociales acontecidos en diversas latitudes, ya sea en el continente americano, europeo o en Asia Pacífico, es que una nueva mirada global ha de enfocarse en llegar a sumar a nuevos actores para un alcanzar una gobernanza internacional cada vez más inclusiva, participativa, responsable y que refleje los intereses y prioridades de la ciudadana. Hacia allá se dirige la discusión y el camino a transitar en el presente siglo.
Entre las transformaciones que el sistema internacional está experimentando en una era marcada por una acelerada globalización, innovación y digitalización, hay una en donde Chile ha sabido marcar una diferencia, aunque los tiempos nos presentan una nueva oportunidad para abordarla con una visión actual y estratégica.
Nos referimos a contar con una inserción internacional a ser impulsada desde ciudades y regiones con cada vez más participación, planificación, sustentabilidad, proactividad y el necesario financiamiento.
Vale decir, la diplomacia entre ciudades y regiones a escala humana, en donde se procura desarrollar una interacción vis-à-vis de ciudades y regiones, teniendo como norte de acción el llegar a alcanzar diferentes objetivos estratégicos, entre los que se encuentra la búsqueda de acuerdos de cooperación para el desarrollo económico y social local, con una perspectiva efectivamente ciudadana. Así como también, para el entendimiento y encuentro cultural de los pueblos y las personas, tan importante aquello para generar confianzas y articular proyectos e iniciativas de largo aliento, especialmente en el ámbito de la ciencia, educación, deporte, la protección del medioambiente y el uso racional y sustentable del agua, tierra, mar, y por qué no incluir la promoción y atracción de nuevos emprendimientos e inversiones.
En este sentido, la discusión y el trabajo requerido para alcanzar una nueva Constitución para Chile, nos abre una ventana de oportunidad para que se discutan y lleguen a plasmarse principios orientadores y normas de rango superior, para el ejercicio de una política exterior que fomente y agregue valor a la inserción internacional de ciudades y regiones, mediante un marco coordinado entre el gobierno central y los gobiernos regionales y locales, con el accionar de una diplomacia profesional comprometida, activa y desplegada en terreno. En tal línea, lo obrado y las múltiples experiencias recogidas desde el 2000 a la fecha por parte de los equipos de la Dirección de Coordinación Regional del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (DICORE), en cercana coordinación con los Gobiernos Regionales a través de las Unidades Regionales de Asuntos Internacionales (URAI), constituyen referencias valiosas para trabajar en una hoja de ruta que incorpore áreas de trabajo e identificar prioridades que son relevantes para la ciudadanía.
Pensar la política exterior en clave subnacional en tiempos actuales, tiene el potencial de constituirse en una nueva fortaleza estratégica para Chile, teniendo presente experiencias probadas en otras latitudes, incluyendo, por cierto, en y desde nuestro propio continente americano y en países de la Unión Europea. Ello, para enfrentar fenómenos sociales, políticos, económicos, ambientales y sanitarios en un mundo cada vez más interdependiente y complejo, con escenarios capaces de impactar en tiempo real, directamente en la vida de las personas en la cotidianeidad. Ahondar sobre las causas que están llevando al empoderamiento de las regiones, y muy especialmente de las ciudades y metrópolis en el ámbito internacional, se puede resumir en las siguientes tres ideas fuerza.
La primera, concerniente a la revolución tecnológica que ha supuesto un cambio en el modelo productivo de las economías mundiales, pasando de una economía industrial a una economía del conocimiento que crea valor añadido a productos y servicios cuyos procesos de creación o transformación se localizan en cluster o hub tecnológicos en ciudades que se van insertando a las cadenas globales, por ejemplo. La segunda, la inevitable e irreversible digitalización global, teniendo implicancias en la vida cotidiana de los residentes de ciudades y comunidades locales, por ejemplo, en la construcción y habilitación de las llamadas smart cities.
Téngase presente que por medio de la implementación de la tecnología 5G, las redes digitales accesibles a un mayor número de ciudadanos (as), bien podría haber transformaciones más radicales aún. Y, por último, la acelerada urbanización mundial. De acuerdo a datos de la ONU, ya en 2008 alcanzamos el 51% de la población mundial urbana y se espera que para el año 2050 seremos más de 6.300 millones quienes habitamos ciudades que requieren de más humanidad, participación en la gestión directa de sus requerimientos y políticas públicas para dar respuesta a éstos. Sin duda, este acelerado proceso de urbanización está siendo arrastrado fundamentalmente por África y Asia.
Y si hablamos de Asia y de procesos económicos y sociales globales, necesariamente tenemos que poner el ojo en lo que acontece en China. Por ejemplo, hace nueve años, más de la mitad de todos los ciudadanos chinos vivían en ciudades, y para 2020 la tasa de urbanización en China alcanzó el 61,4 por ciento. Aquel Grande del presente siglo, ha liderado en los últimos años el despliegue de relaciones internacionales en diversas latitudes, tanto por parte sus ciudades como de sus provincias, en Chile, en otros países de América Latina y, por supuesto, en otras zonas del mundo. La implementación de un modelo económico de doble circulación catapultaría a sus ciudades y megalópolis como actores altamente influyentes del sistema internacional.
No ha resultado menor la realización de jornadas tales como la China International Friendship Cities Conference, en su más reciente versión en Wuhan (2018), con la participación de 800 delegados, en representación de ciudades, provincias y regiones de 60 países, o la Sister Cities International (SCI) Conference, la cual en el 2019 en Houston, Texas, incorporó en su agenda de discusión temas tales como el emprendimiento femenino y estrategias para generar negocios en un entorno global multicultural, entre otros. Bien vale la pena destacar que Chile ha sido uno de los pioneros a nivel latinoamericano, en la suscripción de acuerdos de hermanamiento y de cooperación entre nuestras ciudades y regiones, con pares emplazadas, por ejemplo, en Asia Pacífico y de manera notable, en la República Popular China, con una veintena de ciudades y regiones articulando mecanismos de diálogo, interacción y de proyección mutua.
Ahora bien, el desarrollo de relaciones de ciudades y provincias chinas en el ámbito internacional ha llevado a institucionalizar departamentos, con apoyo y una cercana coordinación desde el nivel central, contando éstos con recursos financieros y humanos (capaces de manejar varios idiomas y con conocimientos acabados sobre los asuntos internacionales, en algunos casos con especialización en países o regiones que son identificados como prioritarios). Más aún, con estrategias claras para la atracción de inversiones y talentos, además de planes para la promoción exterior de sus bienes y servicios. Es decir, un despliegue internacional altamente profesional emanado desde y por ciudades y provincias chinas.
Este fenómeno en las relaciones internacionales, el cual se está volviendo cada vez más habitual en la política exterior no solo de la República Popular China sino que a la vez, de varios otros países que piensan que el desplegar su diplomacia subnacional, resulta clave para su desarrollo integral. De ahí la necesidad en Chile, ad portas de un arduo trabajo constitucional, de evaluar, por ejemplo, la formación de profesionales en los gobiernos regionales y locales, unido aquello a la apertura de oficinas que cuenten con el accionar de diplomáticos de carrera, empoderados con las facultades y potestades necesarias para la acción internacional, en el marco de una política exterior capaz de fomentar, coordinar y facilitar la acción de nuevos actores, en cercana coordinación con el gobierno central. En efecto, las ciudades y regiones de Chile sí pueden contribuir como forma de representación – y proyección de valores con alcance ciudadano- de nuestro país.
Abundan hoy ejemplos de ciudades, provincias y regiones que han logrado insertarse en las cadenas globales de producción, y al mismo tiempo, han sabido proyectar los valores más preciados que tienen las aglomeraciones urbanas: sus habitantes. Las ciudades a escala humana y con un alcance internacional, se han convertido en verdaderos nodos críticos de actividades económicas, políticas y culturales. Permitiendo a los países que cuentan con ciudades de amplio alcance global, beneficiarse mejor del flujo internacional de capital y talento.
La proyección internacional de ciudades y metrópolis no es un proceso espontáneo. Por el contrario, responde a políticas públicas orientadas e intencionadas desde el Estado. Ante un fenómeno mundial que está llegando con mayor fuerza a nuestro país, el llamado es a que, en la elaboración de la nueva Constitución, se considere reflejar atribuciones claras a los gobiernos locales y regionales junto con la configuración de una política exterior moderna, con perspectiva ciudadana.
Si acaso hay una lección que podemos recoger de recientes hechos políticos, económicos y sociales acontecidos en diversas latitudes, ya sea en el continente americano, europeo o en Asia Pacífico, es que una nueva mirada global ha de enfocarse en llegar a sumar a nuevos actores para un alcanzar una gobernanza internacional cada vez más inclusiva, participativa, responsable y que refleje los intereses y prioridades de la ciudadana. Hacia allá se dirige la discusión y el camino a transitar en el presente siglo.