Opinión
Solidaridad
Por: Pablo Valderrama y Diego Schalper.
Solidaridad
La justificación de nuestro modelo de desarrollo ha descansado en que el crecimiento económico de las últimas décadas ha permitido a gran parte de la ciudadanía acceder a niveles de vida que jamás hubieran pensado. Junto con ello, se ha sostenido que una economía de mercado es dinámica y que, así como el bienestar promedio de la población ha aumentado, nuestro modelo implica asumir riesgos positivos y negativos: caer eventualmente en la pobreza debido a una enfermedad catastrófica, o elevar el ingreso debido a un emprendimiento exitoso, parecen ser dos extremos que todo chileno puede experimentar.
Todo lo anterior es cierto. Sin embargo, no hemos dimensionado que la promesa meritocrática deja flancos abiertos. No se hace cargo, por ejemplo, de que los riesgos de pérdidas no los soportamos todos de la misma manera; sabemos que un número no menor de nuestra élite política y económica no está sujeta a la inestabilidad e incertidumbre que afecta a los ciudadanos de a pie. En consecuencia, se ha producido un grave daño en la población cuando las expectativas que ha generado la promesa meritocrática chocan con la realidad.
Producto de lo anterior, los que suscribimos pensamos que un gran número de ciudadanos no se siente parte de este modelo de desarrollo. “Estamos mejor que hace 30 años” no es un calmante para quienes viven la vulnerabilidad de nuestro país. Por lo mismo, debemos cuestionar y, de ser necesario, superar los dogmas en que ha descansado dicho modelo. En particular, las lógicas del individualismo sin contrapesos suficientes: capitalización individual sin una solidaridad suficiente; planes de salud individualistas que no atienden al contexto social de los sujetos; concentración económica en diversas áreas, entre otras.
Necesitamos una mirada más amplia, que permita transitar hacia una auténtica economía social de mercado, con mayor descentralización, participación y, por sobre todo, solidaridad. Urge combatir la desigualdad económica reflejada en ingresos y pensiones; la desigualdad territorial de la segregación urbana; el centralismo capitalino que asfixia a nuestras regiones; la desigualdad de oportunidades (el lugar de nacimiento sigue determinando el futuro); la vulnerabilidad de la clase media y sus pretensiones de seguridad social, entre otras.
Nada de lo anterior implica hacerle el juego a ningún sector político. Tampoco significa negar que el esfuerzo personal es fundamental para el desarrollo de cualquier sociedad. Se trata, más bien, de ofrecer un nuevo relato para una economía social de mercado de verdad.
Veamos ejemplos concretos. En pensiones no solo es momento de abrir la cancha a nuevos actores y aumentar la competencia, sino que urge garantizar un sistema solidario —distinto a un sistema de reparto— en el que nuestros futuros se encuentren entrelazados. Así ocurre, por ejemplo, con las políticas de contribución colectiva definida y otras experiencias extranjeras, que son reflejo de una solidaridad no estatizante. Algo similar ocurre en salud: es fundamental avanzar hacia acuerdos que aumenten de manera considerable la solidaridad de riesgos de los sistemas público y privado. En tal sentido, la propuesta enviada por el Gobierno que abre la puerta para unificar los seguros de salud existentes va en la dirección correcta. Junto con ello, una iniciativa que podría generar apoyo más o menos transversal tiene que ver con la creación de un plan básico de salud, que defina el piso desde el cual deban operar los sistemas privados y públicos.
Es tiempo de ser conscientes de que los dogmas y premisas tradicionales han quedado obsoletos. Las herramientas con las que solíamos responder a los problemas de los 90 fueron útiles, pero ya no siguen vigentes. Las movilizaciones sociales así lo demuestran, por lo que mientras un reformismo solidario y responsable no tome vigor, la temperatura solo aumentará.*
Fuente: http://ideapais.cl/2019/12/04/solidaridad/